Saturday, May 3, 2014

¡REFLEXIONEMOS UN POCO!

Para: estudiantes de los grados 7A, 7B, 7C, 8A, 8C y 8D

Hola chicos, comparto con ustedes el siguiente artículo que salió en la revista semana para que lo lean detenidamente junto con sus padres y reflexionen acerca de su contenido.
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Normalizar la mediocridad
Por Margarita M. Orozco Arbeláez*

OPINIÓN

Una sociedad que pone el dinero por encima de los estándares mínimos de calidad termina poniendo en riesgo su integridad.

Hoy que estamos tan indignados por los edificios de apartamentos de 500 millones que se desploman con trabajadores adentro, frente a la vista incrédula de vecinos y propietarios, conviene hacer una reflexión que vaya más allá de la perspectiva del escándalo, que tiene tan poca recordación y vigencia,  para concentrarnos en analizar qué hay de fondo en un país donde se normaliza la mediocridad.  
Si lo que produjo la caída del edificio fue un problema de cálculo estructural, significa que hubo un ingeniero (o varios) que fallaron en el procedimiento matemático que debía garantizar la seguridad de la construcción. Si la falla se produjo por la mala calidad de los materiales, significa que la empresa constructora (conformada por ingenieros, administradores, arquitectos) no siguió los procedimientos de control de calidad adecuados, o lo que es peor, decidió adrede privilegiar la economía del riesgo sobre el costo de la seguridad. 

Finalmente, si el error se produjo por una falla en el terreno, quienes hicieron los estudios de factibilidad de la obra (también ingenieros) no advirtieron la tragedia que podría ocurrir. Una cadena de errores en la cual todos los profesionales, transaron el ingreso monetario y la practicidad por la calidad.
 En una sociedad donde los indicadores económicos son sinónimo de éxito, se terminan erosionando ciertos estándares mínimos de excelencia cuyas consecuencias, muchas veces, son más caras que la prometida rentabilidad.  La educación es un claro ejemplo, pues el afán por la cobertura y por cumplir con las pautas de la no deserción,  están llevando a las instituciones: a graduar profesionales cuyo cartón excede sus capacidades. 
 De esta manera,  a quienes apelan a la calidad en los colegios o universidades, en lugar de premiarlos se les castiga tildándolos de radicales, tercos y problemáticos. “Si no estamos en Harvard”, se les dice, mientras se les cuestiona ¿Cómo es posible que un estudiante pierda por cinco décimas?, ¿perder el título por plagiar tres líneas?, ¿un cero imposible de recuperar por no asistir a un taller?, ¿que no se le califique el esfuerzo?, ¿que no se gradúe debido a una mala tesis?
En la vida real, por cinco décimas mal calculadas, se cae una estructura o se mata a una persona en una cirugía a corazón abierto. Tres líneas de copia son también el delito de un contrato corrupto y a cualquiera que no asista al lugar de trabajo sin justa causa lo echan por abandono del cargo. En la vida real no cuentan las buenas intenciones. Hay millones de científicos desconocidos en el mundo que quieren encontrar la vacuna contra el VIH, ¿qué hacemos con ellos?, ¿les enviamos caritas felices antes de que la descubran porque de pronto se frustran?, ¿o aceptamos una vacuna inservible para que el investigador sea feliz? 
Conseguir políticas de calidad en la educación y en otros procesos tiene un precio. Hay que asumir posturas, hay que luchar contra aquellos que lloran y normalizan la mediocridad y hacen parecer lo que está mal como correcto; hay que pelear contra los poderosos que no quieren perder ni un solo centavo de ganancia; y, sobre todo, hay que dar la batalla contra esta sociedad del mutuo elogio, tan arraigada en Colombia, en la que disentir contra un colega significa una pelea, por lo cual muchos prefieren “hacerse pasito”.
Uno de mis mejores profesores en posgrado me enseñó el valor que tiene la evaluación de los procesos.: “Lo que no se evalúa no se mejora”, me decía. Parece ser que a los colombianos nos disgusta la evaluación porque nos reta, porque pone en evidencia lo mal que estamos. En todo caso, cuando nos demos cuenta de que la calidad es tan necesaria como la plata (que será muy tarde, como es la costumbre) ya no habrá nada más para derrumbar. 
* Docente – Investigadora 
Centro de Investigación en Comunicación Política (CICP)
Facultad de Comunicación Social – Periodismo 
Universidad Externado de Colombia





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